Fueron varias semanas en las que ella y yo, nos mensajeábamos todos los días…
En cada charla prometíamos vernos lo más pronto posible, pero por exceso de trabajo, siempre aplazábamos la segunda cita.
En la primera, nos conocimos superficialmente lo más que se pudo. Durante esas largas semanas de mensajes, nos conocimos más a detalle, tanto eran las ganas de estar juntos, que casi se convirtió en una necesidad. Desafortunadamente para ambos, aún no llegaba esa ansiada cita.
Un sábado como a las seis de la tarde, llegué a casa. Después de bañarme, estaba a punto de dormitar un rato, cuando de repente, me llegó un mensaje… Era ella. El mensaje decía:
“Si no estás ocupado, instálate en un hotel y me das la dirección, llego en una hora. Si no respondes, sabré que el tiempo aún no quiere sea nuestra noche…”
Yo no dudé. Me vestí y salí como si fuera a recibir herencia. La tarde estaba perfecta para un encuentro de amor. Mientras iba manejando, pensaba a qué hotel. Debía apresurarme para responderle. El Hotel sobre Reforma debía ser el testigo mudo de una noche pasional. Le avisé.
Y en menos de una hora…, ahí estaba tocando en la habitación. Era ella, la mujer más hermosa…
Al abrir la puerta, las luces de la habitación iluminaron aún más sus lindos ojos. Sus nervios hacían una leve sonrisa, que me hacía sentir orgulloso del encuentro. Su inocencia enloqueció mi pulso, mi corazón casi explotaba.
La haría mía, pensé. Atada y con mi boca besando su sexo. Nervios, nervios y más nervios…
Me encantó su rostro angelical, y la mezcla entre juventud y madurez que sólo transmite ella. Es seductora. Lo siento. Es muy seductora. El brillo sexual que me inspiran sus ojos, me arrastran hacia una espiral de insinuaciones sexuales que difícilmente pude contener. No lo dudé ni un instante más. La abracé y la besé. Ambos sabíamos que el tiempo era oro, y más lo mucho que ambos deseábamos esa cita.
Fue poco el saludo, era más la pasión.
—»Te ves hermosa», le dije.
—“Gracias”, respondió.
Ella me abrazó fortísimo. Sentía como si camináramos por una película romántica que nunca se llegó a emitir, cómo si la conociera de toda la vida… Olía muy bien, y puedo asegurar que sabría mucho mejor. Su cara empezó a dibujar una mezcla infinita de asombro, risas y encanto natural. Noté en su cara como si me dijera: «bien, por fin nos vemos».
—“Estoy nerviosa, pero muy segura”, dijo ella.
Esta frase podría incitar muchos, pero, ¿qué importa? Ambos deseábamos este momento.
Muy cerca y dejando que el silencio nos desgaste, me incliné a oler su cuello. Su pelo se deslizaba y me acariciaba el rostro sirviendo su perfume. Fue lo más bello. Era el momento mágico. Su mirada no paró de comunicarme sexo a los cuatro vientos. Yo le respondí con besos y suaves caricias. Parecía como una flor que se abría al mostrar su olor. Mis continuas insinuaciones sexuales, la atrapaban a querer más…
¡En el fondo era una princesa!
Tocar su cuerpo fue algo genial, pero más me enamoró sentir su alma, creo que he sido el primero en desnudar a su verdadero yo. Ahí era el momento perfecto para que nadie nos interrumpiera, en eso…, alguien llamó a la habitación. Yo no quería responder, pero el sonido del timbre era algo fastidioso.
— “Contesta amor, en lo que voy al sanitario”, dijo ella.
— “Está bien”, respondí forzado.
Al levantar la bocina del teléfono ya habían colgado. Mientras salía del sanitario, encendí la televisión y lo primero que se puso en la pantalla, fue el color verde. Era la cancha de casa, mi segundo hogar. En cuanto ella salió, ambos en coro dijimos:
¡¡¡Las Chivas!!!
Por el deseo de la segunda cita, habíamos olvidado el horario del partido; pero en cuanto lo vimos, supimos la prioridad. Muchos quizá nos juzgarán o criticarán por no continuar lo previo, pero para ambos, lo primordial se convirtió en una noche de pasión por ver al Guadalajara, lo demás…, todo lo demás puede esperar…