Había una vez, una pequeña gallina turuleca que era demasiado terca. Esta vivía en un sucio gallinero, donde se la pasaba creyendo que era una águila real y que con sus ligeras plumas, podía llegar volando hasta el final de un caudaloso río, que corría a lado de la granja.
Sus amigos del lugar, la trataban de hacer entrar en razón para que comprendiera que ella era una simple Gallina, y que no estaba hecha para salir a flote en el agua, ni para zarpar a ningún lado… Su plumaje no era grande. Era tan chica, que fácilmente cabía en una pequeña olla. Parecía más bien un pollito amarillito en la palma de la mano. Era tan necia esta gallinita, que no escuchaba razones, ni argumentos… No sabía hacer otra cosa, más que cacarear y cacarear. Algunas veces se le iba en llorar o en su defecto, no salía para nada del gallinero, se ocultaba del sol, de los rugidos de un pequeño tigre y de la sombra de un grande y simpático Chivo.
Un día quiso salir de su mediocre agujero. Decidida intentó cruzar el río. De reversa y con sus débiles patas, tomó carrera. Corrió lo más rápido que pudo, tanto, que hizo ver ágil a un caracol que iba pasando. Al dar el último aleteo, se impulsó gracias a una vieja televisón amarilla que se encontraba arrumbada a la orilla del río; al pisarla e intentar emprender el vuelo, soltó un gritó: «ódienme». El grito fue tan cómico que sólo terminó por hundirla más… Sin fuerza al saltar, sólo pudo llegar cayendo de pico dentro de una ollita de aluminio, misma que flotaba sobre el agua.
En la granja, todos comenzaron con el bullying, después de ver su ridícula actuación. La gallina apenada decidió no volver jamás. Se dejó llevar por el cause de aquel inmenso río que desembocaba en el océano…
Hasta el momento, no se sabe más de ella… Quizá ya este hundida y eliminada o quizá se haya ido para esconderse. Lo único que se sabe en aquella granja…, es que se marchó, porque era una pobre gallina que no le echaba huevos a nada…
¡Pobre gallinita!
Siempre se creyó la mamá de los pollitos. Quería doble Copa y sólo se quedó con una olla llena de risas…
¡Adiós, Gallina que no pone huevos!