Estaba en el Estadio Jalisco, ansioso por ver a mis Chivas. De repente, una pareja llamó mi atención. Me recordaron a un matrimonio, pero no era. Estos no parecían estar enamorados, los que yo conocía sí. Pero esa es otra historia.
Y me ocurre así, me gustan las historias de amor, son mis favoritas. Así que cuando pasa, nunca pierdo la oportunidad de leer, imaginar, inventar, recordar, observar, mirar o hasta espiar con una buena dosis de morbo a las parejas que se cruzan frente a mis ojos.
Era mediodía, el partido estaba por comenzar. De modo que la pareja impuntual buscaba un lugar para acomodarse.
— «¿Dónde nos sentamos?», preguntó el hombre con débil carácter.
— «Dónde quieras», le respondió la rubia y enérgica mujer.
— «Aquí», dijo él con tono dudoso.
— «No, aquí no», respondió ella muy segura.
— «Bueno allí», replicó el señor con tono suave.
— «¡Qué no!», contestó ella con tono elevado.
— «¿Entonces dónde?», preguntó él de forma sumisa.
— «Dónde quieras», asumió ella.
Así pasaron cinco minutos, con las mismas preguntas y respuestas. Ella seguía con rostro molesto y con ademán de mando. Él con cara de hartazgo y carácter débil. Bajo esta descripción, terminaron por sentarse una butaca delante de mí.
Llegaron algo alterados y con una vibra pesada. Ella con un gorro a plena luz del día. Él, quemado por los rayos del sol y cansado de seguir sus órdenes. Parecían una pareja normal, de esas que no son felices si no pelean. «Amor apache», diría mi abuela.
Él hablaba con voz tenue, se reía forzadamente. Ella hablaba con voz fuerte y casi no sonreía.
— «Quiero una chivacola», le exigía al apaciguado señor.
— «Amor, aquí sólo venden cervezas y refrescos», le respondió temerosamente.
— «Bueno, entonces comprame a ese equipo», le dijo ella.
— «¿Y para que lo quieres?», dijo él.
— «Se ve bonito», añadió ella.
— «Está bien, lo haré», contestó él.
Cuando sonó el silbatazo inicial. El lugar estaba a reventar. Después de unos minutos, el partido estaba entretenido, sin embargo, él sacó su móvil y se puso a twittear. Ella sacó su bolsa y comenzó a maquillarse. Ambos estaban en un lugar que no querían y no debían estar. Ambos en su mundo: Ella ausente y preocupada por su aspecto. Él ausente y preocupado por sus negocios.
Discretamente, o eso creo, miré a la mujer que había dejado el maquillaje para sacar su monedero y ponerse a contar billetes. Él, con el dispositivo en la mano, se le empezaban a cerrar los ojos de sueño.
Era obvio que lo que sucedía en la cancha y con el equipo, poco les importaba. Y además, el abismo del desencanto entre ellos, se hacía cada vez mayor.
Pobre de él, pensaba yo. Pobre de ella, pensaba mi yo ambicioso.
Terminó el primer tiempo y no pude evitar volver a mirar a ambos. De Romeo y Julieta, no tenían nada. Sólo el desenlace.
El hombre adinerado jugaba con su IPhone. Como quien no quiere la cosa, abrió una aplicación de Ajedrez. Ahí, movía sus piezas con su dedo índice, sin analizar el juego. Cambiaba y sacrificaba a sus torres por peones. Dejaba que todos le comieran sus piezas, hasta que al final… le pusieron en jaque al Rey.
La pobre-rica mujer estaba tan acalorada de contar dinero y de sudar con el gorro, que ya se quería ir.
Yo me reía ya sin mucha discreción; total, con los cánticos y con los gritos, nadie se daba cuenta.
Justo antes del final. La pareja desapareció del lugar. Me las ingenié para tomar esta foto, que relata mejor que yo la base de esta historia.
La conclusión de todo esto, es que aquella tarde de fútbol, comprendí que el bueno para nada de CUPIDO a veces no sólo es ciego, sino que también es tonto, comete errores.
Y vaya de qué manera…
(Léase y asocie el texto, de la forma que mejor le guste)
*Yo lo haré con una lágrima, de esas que salen cuando se te mete «un Cota» a los ojos..