Estaremos de acuerdo que el periodismo deportivo mexicano vive uno de sus momentos más bajos en los últimos años. Los síntomas que se presentaban 10 años atrás se han convertidos en verdaderas enfermedades y la tendencia indica que apenas es el comienzo. Hablamos, entonces, de un cuerpo moribundo que ha iniciado su viaje de no retorno a la putrefacción absoluta.
Es prender la radio, la televisión, leer los periódicos o las notas por internet y enfrentarse a un marasmo de polémicas artificiales, notas insustanciales y rumores soltados por personajes turbios y siniestros. No importa qué canal, qué estación, qué portal o qué periódico: el fútbol se ha convertido en la excusa perfecta para teorizar acerca de todo.
El relato del fútbol ha sobrepasado al fútbol.
No es un fenómeno exclusivo del periodismo deportivo. Y ni siquiera se circunscribe a nuestro país, pero no deja de ser preocupante cómo se ha banalizado el deber-ser del periodista y cómo estos -y sus patrones- han dejado pasar la oportunidad de convertir sus medios de comunicación en espacios pedagógicos. Hay un círculo vicioso: una mala prensa desemboca en una mala afición. Y una mala afición desemboca en una mala prensa.
Insertados en la sociedad del espectáculo, los diversos programas deportivos se han convertido en meros sucedáneos de Ventaneando: se nutren de los chismes, de quién habla más alto, quién escupe (porque no hay otra forma de decirlo) las frases más absurdas y estrambóticas. Todo eso lleva un eco (una rápida búsqueda en Youtube lleva a cientos de videos del tipo «García Toraño vs De Anda»): no importa qué es lo que se dice mientras genere ratings.
He ahí el principal cambio de tuerca que se ha dado en el periodismo deportivo mexicano: la búsqueda de un auditorio cada vez más cautivo en ver las discusiones torpes y absurdas de los supuestos analistas deportivos.
¿Cuándo fue la última vez que vieron un programa dónde se hablara 100% de fútbol? Y no de observaciones tautológicas y grotescamente obvias, si no que se explicaran conceptos tácticos, parados, estrategias, interpretaciones de los jugadores a los distintos contextos del juego.
Al contrario, el gran grueso de los medios deportivos se tiran de cabeza y lanzan consignas estúpidas, juicios ignorantes-y orgullosos- porque saben que en el fondo, no hay consecuencias (aquí podemos poner los mil y un tuits de periodistas que se rasgaron las vestiduras cuando llegó Almeyda, o los que ridiculizan a Juan Carlos Osorio por usar más de las 60 palabras que ellos conocen) para lo que dicen: todo queda sumido bajo el alud de información en la que vivimos.
Simplificar lo complejo
Empecemos con lo obvio: es cierto, el fútbol no es una ciencia. Y gran parte de su éxito mediático e histórico viene de que es un deporte relativamente comprensible. Dicho esto, con el paso de los años se ha ido complejizando, profesionalizando y adquiriendo muchos matices. En este sentido, periodistas como José Ramón Fernández, André Marín, Velásquez de León entre muchos otros se han encargado de construir un discurso donde «el fútbol es lo más sencillo del mundo». Es una herramienta retórica que utilizan para esconder su profunda ignorancia (e incluso, tengo la sospecha que a ellos ni siquiera les interesa el fútbol). Simplificando el fútbol evitan que su falta de ética laboral y su flojera intelectual quede expuesta, permitiendo que siga la mitificación del periodista como el único enlace entre el fútbol y el pueblo (por así decirlo).
Decía Wilde que el periodista es el triunfo de la mediocridad. Y por supuesto que lo es. El ego del periodista es el más agigantado que existe: es una ilusión periférica que les permite opinar de todo sin saber de nada, porque insisto, no hay consecuencias de facto a su estupidez. De ahí que todo el medio se haya vuelto loco cuando Chivas vetó a Grupo Reforma. Es la lógica del que se siente intocable. Los periodistas, desde su limitadísimo mundo se creen juez y parte, brazo armado de una justicia paranoica al que ellos son inmunes.
Todo este aura ha desencadenado en un proceso orgánico donde comunicadores (me rehuso a llamarles periodistas) y bufones como Alejandro Blanco, Álvaro Morales, Ricardo Magallán tienen la autovalidación. Mucha culpa también recae en nosotros, el auditorio que hemos permitido -consumiendo- que esto sea así.
Luego habría que hacer hincapié en los «analistas». Los Gómez Junco, Zague, Hugo Sánchez, Brailovsky, Oswaldo Sánchez, Kikín Fonseca (!!!), David Medrano et altri, gente que vive de ir soltando frases generalizantes, ambiguas, vacías y superficiales. «Juegan bien» » me gusta-no me gusta», «no le echaron ganas». Hasta ahí da el nivel. Esta corriente de sobresimplificar el análisis es uno de los apartados más nocivos del periodismo deportivo, porque automáticamente tienen eco en su auditorio: y toda esa pereza argumentativa va goteando. Es común ver en twitter a gente reducir el debate a un «es que no le echan huevo». Es el espejo que refleja.