—Lunes 14 de Septiembre, 2015—
Estaba en clase y yo no paraba de revisar el teléfono. Era inminente la salida de “Chepo” de la Torre y era cuestión de minutos para que Néstor, su hermano, también dejara la presidencia del club. Sonaba un nombre para el relevo de estratega: Matías Almeyda. La opinión popular poco sabía de él y en mi caso, lo que venía a mi mente era el recuerdo de su rostro destrozado a minutos de consumarse el descenso de River. El panorama lucía tan jodido que ya ni caso tenía el tomar una postura fatalista.
—Lunes 11 de Junio, 2018—
Lo que no sabía en aquella gris tarde-noche de septiembre es que estaba cayendo en un sueño profundo. Cuando estos inician, simplemente no nos damos cuenta. Sentimos que llevamos rato ahí, y así fue con la aparición del “Pelado”. Como en un sueño ya comenzado, ganó de la nada sus primeros tres partidos, entre ellos un Clásico Nacional, lo que de inmediato nos llevó a otra realidad; una realidad que hoy queda claro, no nos pertenece.
La gente que hincha por otros clubes cree que es muy fácil ser de Chivas. No es así. Como afición cargamos con un peso enorme. Me atrevo a decir que es nuestra gente la que carga con una parte importante de la grandeza del Guadalajara, ¿por qué? Chivas nunca se ha consolidado como un equipo arrollador, de esos que siempre está en finales o que cada torneo pelea por el título, o al menos en nuestro país no hay clubes así. Nuestra mística es diferente.
Deportivamente la época dorada del Campeonísimo nos inmortalizó como el primer gigante de México (y para mí, el único). Pero después de esa gloriosa era, nuestras estrellas se cuentan con los dedos de una sola mano. Así de duro, así de revelador.
Crisis tras crisis, sequías que parecen eternas, promotoras incompetentes y directivos mediocres. Esas son las negras tradiciones del Guadalajara, porque nada es perfecto y en el futbol mucho menos.
Pelando el descenso llegó la primer copa y Matías alcanzó una divinidad impensada. Hasta ese momento (CopaMX AP15) habían pasado 9 años sin que nadie nos pudiera dar un título y llegó él, a media temporada, sin conocer a los futbolistas ni el peculiar entorno mexicano. Con la presión de la porcentual encima, la prensa y cierta afición en contra logró levantar una copa. Sólo le faltaba levantar al gigante.
Tras un año de aprendizaje y trabajo serio en 2016, Almeyda logró revivir a un muerto; “levántate y anda”. Así, cayó la segunda copa, después la tercera y entonces la cuarta. La cuarta, el éxtasis total que un 28 de mayo del 2017 estalló con la llegada de la La Doce. Tal y como lo soñamos. Viendo a esos 11 guerreros mexicanos liderados por el “Pelado” y su carisma, compromiso, trabajo y pasión. Es mucha pasión la que hay Matías, justo lo que necesitábamos, justo lo que soñábamos.
De a poco el sueño se volvió pesadilla. Pues esos demonios de pantalón largo, nunca se fueron. Estuvieron, están y estarán hasta quién sabe cuándo. Lo cierto es que ellos son nuestra realidad, sólo que esta vez tardaron más de lo acostumbrado en recordárnoslo.
Teníamos ese sueño llamado Mundial de Clubes, algo que hace 5 años sonaba inalcanzable, simplemente imposible, pero Matías nos permitió soñar. Contábamos con los líderes indicados para visualizarnos dando la sorpresa o por lo menos, haciendo un grandísimo papel. “Tocar el cielo con las manos”, le dicen. Desafortunadamente, y como todos sabemos lo que sucede cuando dormitamos en nuestras más profundas fantasías, cuanto más reales se vuelven los sueños siempre llega la hora de despertar.
Gracias, Gaby Amato, Omar Zarif, Guido Bonini, Carlos Roa, Gustavo Witte. Gracias, Matías Almeyda.