Recuerdo que cuando era pequeño y jugaba con mis compañeros de la primaria. La media hora del receso todos la ocupábamos para el fútbol. Quince minutos antes, comíamos en clase los sándwich, las tortas o lo que cada uno llevaba. Sin respetar el reposo para la digestión y sin importarnos el famoso «dolor de caballo», salíamos disparados corriendo al patio después de escuchar el timbre. Mientras bajábamos las escaleras, ya íbamos organizando las tácticas de juego, nos sentíamos todo unos profesionales a punto de disputar las finales.
Al llegar al punto de juego. No faltaba el típico niño líder, que comúnmente era el que mejor jugaba y empezaba con la tradicional disputa de seleccionar a su equipo. Esto lo hacía junto con otro rival que también era de los buenos para meter los goles. Después de un volado con la corcholata, -porque ni moneda usábamos-, comenzaba a escoger el que le atinaba a ‘cara’ o ‘fondo’, según como cayera la tapa del refresco. Así, uno por uno era elegido de manera alterna. Puedo decir que yo era término regular, porque siempre me escogían a la mitad de los seleccionados, pero debo decir, que era algo penoso que todos iban siendo escogidos y a uno no lo nombraran. Los dos últimos por escoger, por lo regular eran los porteros. Uno para cada bando. Así era como se escogían los guardametas en nuestro colegio. Como si fuese la única manera de jugar y ser agradecido al pensar: «Bueno, al menos me escogieron». Casi nadie le dábamos la importancia a esa posición. El par de niños que jugaban sin guantes no bajo los tres postes, sino entre dos piedras que simulaban la portería, eran considerados como los castigados ante su poco dominio de juego. No hubo nadie que le diéramos el mayor valor de importancia, a quién defendía el ataque de los disparos contrarios, todos simplemente queríamos ser los goleadores, al fin niños…
Hoy que veo las cosas con mayor claridad, puedo decir que aquellos dos niños que tendían a ser elegidos al último, no era por malos, era por un motivo muy especial… A esa edad no alcanzábamos a distinguir que la posición de portero es un puesto que sólo lo pueden jugar las mujeres o los hombres valientes. Son bendecidos por ser los que pueden jugar el balón con los pies y/o con las manos dentro del terreno de juego.
Los guardametas son los héroes imprescindibles que siempre juegan sin miedo a los balonazos, esos disparos que pueden dar en cualquier parte del cuerpo. Podrá faltar en la cancha un delantero, un medio o un defensa, pero jamás un portero. Estos pocas veces generan jugadas que llevarán a su equipo a la victoria. Si su equipo mete gol, el guardameta es el menos identificado con la victoria, ya que no contribuye directamente con la inercia del partido. En cambio, si el balón entra en su portería, él o ella, son los culpables, las víctimas. Estos dignos representantes que posan par la foto en el aire, de las rodillas raspadas, de los codos marcados y de los uniformes llenos de tierra, de lodo y de sacrificio. Son los más significativos y especializados, quizá esa es la razón de su uniforme diferente, que lo diferencian al resto de sus diez compañeros.
Admirable su valor por estar solitarios en las jugadas al ataque. De escuchar los respiros y murmullos de los que atrás molestan y hacen su trabajo para intentar intimidarlos. De estar más expuestos a los proyectiles lanzados por estar más pegados y fijos a las gradas. De aguantar ese grito que hacen todos en coro, al despejar un balón en los saques de meta. De ser más criticados por una falla, que los errores de un delantero por no meter gol. De festejar solos los goles de su equipo. De sufrir ante el frío cuando no se tiene mucho trabajo. De lanzarse sin temor al como pueda caer. De escuchar crujir los tres postes cuando el balón pega en el marco. De esperar los contragolpes de los equipos chicos y ratoneros. De salir con las manos y que los delanteros salgan con los tachones por enfrente. De pagar los errores de sus defensas. De predecir el disparo ante los once pasos sobre el manchón penal. De saber cómo reaccionar en tres segundos cuando la pelota se acerca bastante rápido en forma de bala; es entonces cuando la portera o el portero deben adivinar e imaginar con ayuda de su observación y experiencia como actuar para sacrificarse. En la vida, los problemas se pueden analizar y responder con más tiempo y análisis. Las arqueras y los arqueros, disponen de segundos cruciales para pensar rápido, esto es algo que sólo lo pueden hacer los que son de veloz agilidad mental, aquellas y aquellos que nacieron para ser estrellas sin reflectores, los que no deben tener margen de error siendo humanos, los que son cruelmente e injustamente criticados.
Por ejemplo, dar la espalda a Rodolfo Cota en estos momentos, es dar la espalda al título número doce; un torneo en el que sin meter goles, con sus atajadas y contribuciones, bien hubiera ganado el trofeo al más goleador, así como se lee…
Por los niños que son asignados porteros en sus escuelas sin otra opción. Por las Ana Ruvalcaba, por las Blanca Félix, por las Karen Gómez, por los Miguel Jiménez, por los Antonio Torres, por los Luis Michel, por los Jose Antonio Rodríguez, por los San Oswaldo, por los «Pulpo» Zuñiga, por los Celestino Morales, por los ‘Zuly’ Ledezma, por los «Coco» Rodríguez, por los Salvador Kuri, por los Estéfano Rodríguez, por los Eduardo Fernández, por los Gustavo Sedano, por los Alfredo Toxqui, por los Miguel Becerra, por los Alfredo Talavera, por los Liborio Sanchez, por los Jesús Corona, por los Ignacios «Cuate» Calderón y por los «Tubos» Gómez y por los que me faltaron mencionar que fueron, que son y los que serán porteros o porteras en Chivas…
¡Mi más sincera admiración y respeto por jugar esa posición y por representar, haber representado y representarán al Glorioso Club Guadalajara!
¡Todos somos Cota!