La semana pasada, en tres partidos, nuestras Chivas se llevaron la friolera de 11 goles: 4 de Jaguares en la Copa, 4 de Xolos en la Liga, y 3 del Arsenal en un amistoso.
Los más optimistas (y también los más sarcásticos) han dicho que en el útimo partido hubo una leve mejoría, o al menos no se empeoró, porque se recibieron menos goles. Otros han opinado que se trata de “algo circunstancial” (lo que quiera que eso signifique) y que ultimadamente el partido con el Arsenal fue amistoso “jugado por la banca”, así que “no afecta” ni en la Liga ni en la Copa. Unos más ya vaticinan una hecatombe.
Por mi parte debo decir que no me domina el pesismismo, pero la actual situación me preocupa en la medida de que una goleada… bueno, tres goleadas, no sólo manifiestan un mal día o la inoperancia del esquema de defensa (11 goles recibidos en nuestro caso), sino también del ataque (sólo 2 anotaciones). Creo que no es el fin del mundo, pero me sentiría mucho más tranquilo si los resultados hubieran sido, aunque adversos, 4-3, 4-3 y 3-2. Ah, y si hubiera serenidad al cobrar los penales (otro “termómetro” de la seguridad de los jugadores y de un equipo).
En estos días me he preguntado de todo: ¿qué pasa con la ambición en Chivas? ¿Se agotó el modelo de Matías Almeida? ¿Acusamos falta de actitud o de preparación? ¿Otra vez nos faltan líderes en el equipo? Me cuesta un poco de trabajo creer todo eso, sobre todo después del repunte rojiblanco en la segunda mitad del Clausura 2016 y que me dejó con la impresión de que este grupo de jugadores, con este director técnico, tienen todavía mucho que dar en Chivas.
Ahora hago un poco de memoria e intento (no siempre lo logro) ser imparcial. Recuerdo que el mejor momento de este Chivas llegó después de perder contra cierto equipo repugnante que juega de local en el Estadio Azteca. En ese momento se encendieron (de nuevo) las luces rojas por la situación porcentual y, contracorriente, los rojiblancos volvieron a dar muestras de gallardía.
Fue un gran cierre de torneo que no sólo nos permitió conservar la categoría, sino también colarnos a la liguilla. Liguilla en la que el equipo no creció mentalmente y en la que, maldita sea nuestra suerte, volvimos a perder con el mismo equipo repugnante que juega de local en el Azteca.
Luego entonces me pregunto: ¿será que estas Chivas necesitan presión, adversidad, dificultades para crecer? ¿Será que este cuadro está ensamblado y mentalizado para librar las tempestades y no para la calma y la gloria?
Vaya asunto terrible. Me da la impresión de que este cuadro “no se hubiera cambiado el chip”, y no acabara de entender que son otras las circunstancias: ya no es un condenado al infierno, sino un candidato al cielo.
¿Ha sido poco el tiempo que se ha tenido para asimilarlo? Creo que no. Y desde que nos salvamos del descenso han sido pocos los triunfos. Ni hablar, que habrá que encontrar un revulsivo antes de que sigan pasando las fechas y de que la situación se complique… ¿O tal vez eso sea lo que requiere este conjunto para que su motor carbure? No me parece justo para la afición y porque, insisto, creo que Chivas tiene madera para cosas grandes.
¿Y ahora cuántos goles debemos esperar? Mi hígado y yo deseamos que muchos, siempre y cuando la mayoría sean a nuestro favor, como decía el tío Hans Westerhoff. Así es seguro que todos estaremos más tranquilos y felices, aunque para lograrlo, de nuevo, habrá que analizar bien qué está ocurriendo al interior del Club Guadalajara, porque no hay serenidad.