La higuera es un árbol frutal chico, no suele superar la altura de 10 metros, posee una copa muy ancha que sólo es útil para dar sombra. La higuera es del género Ficus de origen asiático que se ha propagado por la zona Mediterránea y por otras zonas del mundo. Es un árbol con historia de hace 4,500 años. Algunas higueras, llamadas breveras, bíferas o reflorecientes, producen dos cosechas al año: en junio las brevas, mayores que los higos, y los higos a principios de septiembre.
Según la leyenda popular, la higuera se asocia con las almas y las presencias malignas, aunque la tradición más clásica asegura que las ramas son capaces se sosegar y calmar a algunos animales salvajes, como, por ejemplo, los toros. Sin embargo, las leyendas más curiosas sobre la higuera están relacionadas con las almas en pena, pues dicen que las higueras las albergan en todo su interior.
Uno de los mitos, es sobre lo malo que puede ser la sombra de una higuera si nos encontramos sudando.
De la higuera se citan muchas frases que utilizamos en la actualidad para dar intensidad a nuestros comentarios sobre el estado en el observamos a otros, como:
“te caíste de la higuera”, “bájate de la higuera”, “la sombra de la higuera hace mal a cualquiera” o “estás acabando con mis Chivas, maldito higuera”.
También hay creencias religiosas, que dicen que Judas se ahorcó en una higuera.
Sin embargo, la historia que más llama mi atención sobre la higuera; es la parábola de Jesús, donde maldice a la higuera. Se trata, posiblemente, del milagro más extraño que Jesús realizó en su vida, el único destructivo, el único que realizó en Jerusalén y el único que tardó 24 horas a cumplirse. Explica San Marcos que una mañana Jesús salió con sus discípulos de Betania, cerca de Jerusalén, y al poco de andar sintió hambre y se acercó a una higuera que vio de lejos. Pero el árbol estaba vacío “es que no es tiempo de higos”, dijo Marcos. Entonces Jesús la maldijo diciendo: “¡Qué nunca nadie coma frutos de ti!” Y continuó con su viaje y sus discípulos hacia el Templo de Jerusalén. El día siguiente, cuando volvió a pasar por el lugar, sus discípulos vieron con sorpresa como la higuera se había secado hasta sus raíces (Marcos, 11,12-26).
La idea central de mi columna, no es meterme en cuestiones científicas o religiosas. Es sólo una analogía que busca resaltar las características y leyendas sobre lo malo que puede ser UNA o UN Higuera, en algunas cuestiones, cómo el fútbol por ejemplo, o quizá lo contradictorio que podría resultar ante todo lo mencionado anteriormente:
Un Higuera que se da sombra bajo la grandeza de un equipo; un Higuera que en vez de dar higos, cosecha fortuna; un Higuera que tiene un alma maligna; un Higuera que no da cosechas en ningún mes del año; un Higuera que jamás calmará a un Chiva furioso; un Higuera que sea considerado un Judas traicionero, un Higuera que suda por tanto esfuerzo de acabar con un Club grande, un Higuera no dura 100 años… ¡Ojalá no!
Ojalá que las hojas no le toquen las manos cuando caigan, para que no las pueda convertir en dinero.
Ojalá que el sol pueda salir sin él.
Ojalá que la tierra no le bese los pasos.
Ojalá se le acabe la mirada constante,
la palabra precisa, la sonrisa perfecta.
Ojalá pase algo que lo borre de pronto,
una luz cegadora, un disparo de nieve.
Ojalá por lo menos que me lleve la muerte,
para no verlo tanto, para no verlo siempre.
En todos los segundos, en todas las visiones.
Ojalá que no pueda escribirlo ni en textos.
Ojalá que su nombre, se le olvide a esta voz.
Ojalá que el deseo se vaya tras de él,
a su viejo puesto de penas y errores.
Porque yo, todos los días me pregunto:
“Después de acabar con Chivas día con día…
¿Cómo puede dormir Higuera?”
Pd. ¡Qué me perdonen mis contactos de mismo apellido, pero sólo me refiero a uno, al de la falsa sonrisa…!