Del Parque Oro al Jalisco… y del Jalisco al Akron II

Entre 1943 y 1960 los aficionados tapatíos vivieron una época que podríamos considerar como privilegiada: los equipos jaliscienses llamaban la atención por su juego atractivo y los trofeos comenzaban a ocupar espacios en las vitrinas de los clubes. La combinación de un juego estético y buenos resultados en la cancha, fueron algunos de los factores para que las tribunas del Parque Oro se volvieran insuficientes para albergar el entusiasmo e interés que generaban el Atlas, el Oro y especialmente las Chivas, club que comenzaba a acumular campeonatos mostrando la valía del jugador mexicano. Fue en este escenario de éxitos en la cancha y en las gradas que comenzó a pensarse en la posibilidad de construir un estadio con mayor capacidad.

Dentro de una ciudad con una tradición comercial consolidada, la iniciativa de construir este nuevo espacio para la afición futbolera tenía que venir desde ese sector de la sociedad tapatía. Fue en la misma conversación con Carmen Reyes, referida antes, que me contó que aunque ella siempre ha sido del Guadalajara, trabajó con Antonio Alvo, presidente del Atlas y principal promotor de la construcción del Estadio Jalisco. Al preguntarle sobre los motivos para construir un estadio nuevo, Carmen, comentó que el cupo en el Parque Oro “ya para los partidos clásicos no alcanzaba la gente para tan pocos boletos y como él (Alvo) era muy aventado para los negocios, entonces se juntó con el presidente del Oro en ese entonces y con el presidente del Deportivo Guadalajara, en aquel entonces Federico González Obregón, y entre los tres se juntaron y empezaron a forjar el plan para construir el Estadio Jalisco, es más en el estadio hay un busto de mi patrón”.

Este breve pasaje de los momentos en los que se planeaba la construcción del Jalisco nos muestra que tal vez la memoria y las sensaciones que experimentamos cuando nuestro equipo cambia de estadio nos lleva a cierto romanticismo. Es claro que el Coloso de la Calzada Independencia se pensó para “vender más boletos” y atender la alta demanda que tenían los partidos de los equipos tapatíos. Es decir, fue una iniciativa motivada por un deseo de obtener más ganancias de un espectáculo deportivo, sin que esto sea algo criticable desde mi punto de vista.

Asistir al Estadio Jalisco representó en sus primeros años una experiencia similar a la que vivimos en el 2010 con el nuevo estadio de las Chivas. Algunos aficionados me compartieron que para llegar de los barrios como el de Mezquitán y el de La Normal, había que cruzar grandes extensiones de terrenos en donde no había nada construido: “Teníamos que cruzar llanos cercados con alambres de púas para llegar al Estadio Jalisco, mi papá nos llevaba caminando y en una de esas idas me caí sobre uno de los alambres, sangré de las manos, pero no me quise regresar, así nos fuimos al partido”. Las caminatas largas, la distancia “lejana” del centro, ir a un estadio a las afueras de la ciudad (cuando se construyó el estadio aun no estaban urbanizados los alrededores) fue algo que vivieron los aficionados en el cambio del Parque Oro al Estadio Jalisco.

Dentro de estas experiencias similares, Carmen Reyes recordada con cierta nostalgia que cuando las Chivas se fueron al Jalisco, “perdimos a la familia del estadio, porque algunos compraron palco, otros compraron tarjetas con derechos a butacas y otros compraban boleto de vez en cuando, ya no íbamos a los mismos partidos y cuando coincidíamos, no nos sentábamos juntos”. Además de perder a las familias futboleras, las sensaciones de aquel momento se recuerdan como un cambio en el ambiente en las gradas, dejaron de volar víboras y bolas encendidas para dar paso a un espectáculo más organizado y reglamentado.

Si bien durante un lapso breve convivieron el Parque Oro y el Estadio Jalisco, pronto el Coloso de Calzada Independencia acaparó la actividad futbolística de la ciudad y fue testigo de los últimos éxitos del Campeonísimo y de los títulos de 1986, 1997 y del 2006 de las Chivas. Para muchos de los aficionados veteranos, el cambio se experimentó de forma muy similar al que muchos de nosotros vivimos cuando Chivas se fue a su nuevo estadio, se perdieron ciertas costumbres, fue más difícil convivir con la familia futbolera y de algún modo no fue tan fácil trasladarse a la nueva casa, al menos en un principio. Así como nosotros añoramos ciertas cosas del Jalisco, en su momento se extrañaron costumbres y prácticas que se vivieron en el “Jacalón de Oblatos”, el cambio no suele ser fácil. Aún con las dificultades que hemos enfrentado con estas transiciones, regularmente los aficionados rojiblancos encontramos nuevas formas de seguir consolidando a nuestra familia futbolera y sobre todo afianzamos nuestro gusto y pasión por el Club Deportivo Guadalajara.